Era ese ritmo errático como maratón intenso y esquemático de sacudidas que le movían involuntariamente los muslos sin ton ni son, que le hervían la sangre desde la pelvis hasta el corazón.
Ritmo sin corazón y sin razón.
Era esa olla de presión que evaporaba las ansias contenidas por horas, días, meses y años sin perdón, que devoraban grados de su temperatura y la ponían cerca de su punto de ebullición
Presión con perdón y ebullición.
Era ese movimiento circunvalatorio, previo coito, corto, cadente y candente jineteado entre los dientes hacia los labios y otros labios y donde hacían fiesta sus papilas gustativas al saborearla.
Movimiento con jinete y con sabor
Era esa leña, entera eterna, que ardía algarabía para darle calor sin resplandor y no solo rodearla de carne en extremo ardor si no robarle la energía para no quemar todo el salón y tuviera uso el órgano reproductor
Leña sin resplandor reproductor.
Y era esa cadera caldera, que después de arder, cuajaba, fermentaba y añejaba su pasión incierta e infiel, para que de acá a cierto tiempo la escupiera envuelta en fino lino amniótico coronada con los cientos tiempos perdidos entre rezos y suspiros de no ponerle su apellido.